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Recetas del exilio: sabores que cruzan fronteras

Actualizado: 4 nov

Cuando alguien migra, lleva pocas cosas: un documento, una fotografía y una receta. Las galletas, los panes, los dulces viajan con ellos, escondidos en la memoria. No hay exilio completo mientras exista el sabor. En muchas cocinas del mundo, los hornos cuentan historias de desplazamientos, guerras, diásporas y esperanzas. Cada mezcla de ingredientes es un mapa trazado con harina.

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En París, una mujer armenia hornea galletas con pistache para recordar su aldea; en Los Ángeles, una familia mexicana enseña a sus nietos el secreto de los polvorones; en Estambul, un refugiado sirio amasa dulces con agua de rosas mientras recuerda su casa destruida. Así, el azúcar se convierte en un idioma universal, una manera de decir “sigo aquí”.

La globalización ha mezclado los acentos del sabor. Hoy, una receta viaja más rápido que quien la inventó. Las plataformas digitales permiten que un pastel nórdico se combine con chocolate oaxaqueño y que un algoritmo recomiende esa fusión a millones. Pero detrás de cada “receta viral” hay una historia de resistencia: alguien que horneó para no olvidar.

Hornear es sobrevivir. En el exilio, el horno es altar y refugio. Y las galletas son oraciones comestibles que le piden al tiempo una tregua.

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