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Abramos la conversación.

Datos comestibles: la revolución invisible

Actualizado: 4 nov

Los datos también se comen. No con la boca, sino con los sentidos. Cada compra en línea, cada receta guardada, cada foto de galletas que se comparte genera una miga de información que los algoritmos recolectan con precisión quirúrgica. Esas migas, invisibles pero poderosas, son las nuevas harinas del siglo XXI: con ellas se amasa la industria del gusto.

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Las plataformas ya saben a qué hora preferimos el postre, qué sabores asociamos al placer y cuántas calorías tolera nuestra culpa. Los hornos inteligentes ajustan su temperatura según las estadísticas, y los chefs digitales diseñan recetas basadas en big data. El mundo culinario ha aprendido a escuchar el lenguaje de los números, pero aún no ha descubierto cómo traducirlo en emoción.

En el fondo, los datos son ingredientes con alma: necesitan interpretación. Como una receta sin amor, la información pura carece de sabor. Solo cuando la intuición humana interviene —cuando el cocinero entiende lo que el gráfico no muestra— los números se convierten en arte. Esa es la verdadera revolución invisible: la unión del dato y el deseo.

 
 
 

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